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Cuando la guerra es no saber hacer amigos

Enfrentando la Guerra en Líbano: La Vida de los Niños y Jóvenes en la Frontera con Israel

Con solo siete años, Rumi ya puede distinguir el sonido de los cohetes de Hizbulah de la artillería israelí, pero aún no sabe cómo hacer amigos. Llora desconsolada detrás de su abuela, incapaz de integrarse al grupo de niños que juega frente a la Parroquia de Nuestra Señora de la Salvación en Marjayún, en la frontera sur del Líbano. Es el primer día del campamento del año y una de las pocas oportunidades para socializar para los pequeños.

Frente al patio de la iglesia católica se extiende un valle de geopolítica: se observan los pueblos chiíes, ahora abandonados, desde donde Hizbulah lanza ataques en defensa de la causa palestina. A cinco kilómetros al sur, en una colina, se dibuja la población israelí de Metula. Entre ambos, un muro marca la diferencia entre el ‘nosotros’ y el ‘ellos’.

Desde el pasado 7 de octubre, más de la mitad de los 4,000 habitantes de Marjayún, en su mayoría cristianos, han abandonado la región para trasladarse a zonas más seguras del país. Junto a Klaaya, a un kilómetro más al sur, es uno de los pocos enclaves que aún permanecen intactos tras diez meses de bombardeos, que suelen dirigirse contra comunidades musulmanas. Los que han preferido quedarse han integrado la guerra en su día a día como parte de un decorado.

Durante el día, las tiendas en la calle principal permanecen abiertas. No falta ningún producto en las estanterías de los supermercados, y algunos residentes se sientan en las terrazas a tomar café y observar el paso de las patrullas blindadas de la ONU.

En la misa dominical en la iglesia de San Jorge, no falta ni un feligrés. La normalidad solo se ve alterada ocasionalmente por sonidos graves y zumbidos que los habitantes de la región han aprendido a diferenciar con precisión.

“Mi nieta sabe reaccionar a un posible ataque de dron como una profesional”, dice Loftfallah, el abuelo de Rumi. “Le grita a su hermana pequeña ¡al pasillo! y ambas corren a esconderse en el pasillo, la parte más segura de la casa”, añade con orgullo, y le perdona su falta de habilidades sociales. Prácticamente toda su escolarización ha sido online, primero por la pandemia y ahora por el conflicto.

A pesar del contexto, Loftfallah no considera mudarse de la casa familiar, donde vive con su esposa, su hijo y sus tres nietas. Pasa las tardes en el techo de la casa, un ‘rooftop’ privilegiado desde el que puede observar los impactos de las bombas. En ocasiones, invita a amigos a ver el ‘espectáculo’ acompañado. Su último entretenimiento es adivinar cuándo responderá Hizbulah al asesinato de uno de sus líderes en un bombardeo en Beirut.

“Las noticias dicen que será esta noche”, dice uno de ellos. “Esta noche no me va bien, dan mi programa favorito”, responde otro.

“Estamos tan acostumbrados que hemos perdido el miedo”, dice Jozian, una adolescente cristiana de 17 años encargada de regañar a los niños en el campamento. Jozian fue concebida bajo los bombardeos de 2006 y criada en una posguerra que sus padres esperaban que fuera interminable. “Lo llevo en la sangre, supongo”, ríe.

Todos sus amigos podrían desempeñarse como analistas en televisión, hablando en detalle sobre los planes de Irán, las matanzas en la Franja de Gaza, y la posible escalada regional, demostrando un profundo pesimismo. “Somos víctimas de los juegos de los políticos”, se queja Jozian. “No entiendo por qué tenemos que normalizar esta situación”.

Su amiga Gihwa tiene claro que la única solución es marcharse de Líbano. Acaba de cumplir 18 años y pronto se trasladará a Beirut para estudiar ingeniería informática en la Universidad Antonina. No ve “ningún futuro” en un país que enfrenta una profunda crisis económica desde 2019 y que ha estado bajo amenaza de guerra.

A pesar de ser un grupo integrado únicamente por cristianos, algunos maronitas y otros ortodoxos, no guardan rencor hacia los jóvenes chiíes, con quienes compartían clases en el instituto. Son conscientes de que algunos amigos se han unido a la milicia por “sus ‘stories’ de Instagram”, en las que publican vídeos con armas o esquelas de combatientes muertos.

“¡A mí me gustaría luchar!” dice Charbel, de 14 años, ya el más alto del grupo. “¿Contra quién?”, pregunto. “No lo sé. Contra los israelíes, por ejemplo”, responde. No tiene muy claro qué uniforme llevaría. “No me gusta Hizbulah, pero tampoco el ejército libanés, yo solo lucharía por un país decente”, añade con una respuesta desconcertante.

Decido volver a donde está Rumi, que finalmente reúne el valor para sentarse en el suelo junto a sus compañeros, que empiezan a cantar en árabe. “Somos héroes”… ¡Bum!… “Nuestra valentía es lo mejor”… ¡Bum!… “¡Viva el equipo del fuego!”… Nadie se inmuta por el estruendo de las bombas. El juego continúa.


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Fuente
Karamallah Daher / Reuters

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